La inmunidad específica es parte de la tercera línea de defensa del cuerpo, se
lleva a cabo por dos clases distintas de linfocitos, los linfocitos B y los linfocitos
T.
Los linfocitos B no atacan por sí mismos a los
organismos patógenos, sino que producen moléculas llamadas anticuerpos, que los
atacan o envían a otras células a atacarlos. Por lo tanto, los mecanismos de
éstas células B suelen clasificarse como inmunidad
mediada por anticuerpos. Como los linfocitos T atacan más directamente a
los gérmenes, sus mecanismos inmunitarios se conocen como inmunidad mediada por células.
Linfocitos B e inmunidad mediada por
anticuerpos: El
desarrollo de los linfocitos B tienen lugar en dos etapas, las células B
inactivas y las células B activadas. Las primeras sintetizan unas pocas moléculas de
anticuerpos e introducen en la superficie de su membrana plasmática muchísimas
moléculas de anticuerpos.
La activación de las células B puede iniciarse
por el encuentro entre una B inactiva y su antígeno específico, es decir, uno
cuyos epítopes encajen en los puntos de combinación de los anticuerpos de
superficie de estas células. La unión antígeno-anticuerpo las activa,
desencadenando una rápida serie de divisiones mitóticas, de este modo, una sola
célula B produce un clon o una familia de linfocitos B idénticas; algunas de
ellas se diferencian para formar células plasmáticas, y otras no se diferencian
por completo sino que permanecen en el tejido linfático y se denominan células B de memoria. Las células
plasmáticas sintetizan y secretan grandes cantidades de anticuerpos; las
células B de memoria no secretan anticuerpos por sí mismas, pero si más tarde
se ven expuestas al antígeno que provocó su formación, se transforman en
células plasmáticas y secretan anticuerpos que pueden combinarse con el
antígeno iniciador.
Anticuerpos
(inmunoglobulinas)
Estructura de las moléculas de anticuerpos:
Cada molécula de inmunoglobulina consta de 4 cadenas polipeptídicas (2 cadenas
pesadas y 2 cadenas ligeras); cada cadena está plegada intrincadamente para
formar regiones globulares que se unen entre sí de tal forma que la molécula de
anticuerpo en conjunto tiene forma de Y. Asimismo los anticuerpos poseen una
región variable y una constante.
La posición relativa de las regiones variables
de las cadenas ligeras y pesadas están directamente opuestas entre sí. Dado que
la secuencia de aminoácidos determina la forma, y como en las regiones variables
de los distintos anticuerpos hay secuencias distintas de aminoácidos, la forma
de los puntos entre las regiones variables también difiere. Al final de cada “brazo”
de la molécula de anticuerpo en forma de Y, las formas originales de las
regiones variables forman una hendidura que actúa como punto de combinación o
punto de unión antigénica. Esta característica estructural es lo que permite a
los anticuerpos reconocer los antígenos
específicos y combinarse con ellos.
Clases de anticuerpos: Hay cinco clases de
anticuerpos, identificados con nombres de letras, como inmunoglobulinas M, G,
A, E y D. La IgM (inmunoglobulina M)
es el anticuerpo que sintetizan las células B inmaduras y que introducen en su
membrana plasmática; es también la clase de anticuerpo predominante, producido
tras el contacto inicial con un antígeno. La
IgG es el anticuerpo circulante más abundante, además de predominante de la
segunda respuesta de anticuerpos, es decir, la que sigue a contactos
posteriores con un determinado antígeno. La IgA
es la principal clase de anticuerpos presente en las mucosas del organismo, la
saliva y las lágrimas. La IgE puede
producir importantes efectos, como los relacionados con las alergias. La IgD está presente en la sangre en
cantidades muy pequeñas y todavía se ignora su función exacta.
Funciones de los anticuerpos: Las funciones de
los anticuerpos es desarrollar la inmunidad mediada por anticuerpos. Luchan
contra la enfermedad, reconociendo en primer lugar las sustancias extrañas o
anormales.
El reconocimiento se produce cuando los
epítopes (pequeñas regiones de su superficie) de un antígeno encajan en los
puntos de unión antigénica de la molécula de anticuerpo y se unen a ella. La
unión del antígeno con el anticuerpo forma un complejo antígeno-anticuerpo que
puede producir uno o más efectos, por ejemplo, transforma los antígenos que son
toxinas en sustancias inocuas. Aglutina los antígenos que son moléculas en la
superficie de los gérmenes, lo que permite a su vez que los macrófagos y otros
fagocitos los eliminen con mayor rapidez, ingiriendo y digiriendo grandes
cantidades de ellos a la vez. La unión del antígeno a los anticuerpos suele
producir otro efecto: altera la fórmula del anticuerpo, no demasiado, pero lo
bastante como para desencadenar una serie de reacciones que culmina en la
destrucción de los gérmenes y otras células extrañas.
Linfocitos T e inmunidad mediada por células: Por definición las células T son linfocitos
que han pasado por el timo antes de emigrar a los ganglios linfáticos y al
bazo. Durante su estancia en el timo, las células pre-T evolucionan a
timocitos; salen del timo en gran cantidad y pasan a la sangre, siguiendo hasta
su nueva residencia en zonas de los ganglios linfáticos y del timo llamadas
zonas T-dependientes. Desde este momento se conocen como células T.
Los linfocitos T presentan receptores
antigénicos en su membrana, cuando un antígeno (procesado previamente y presentado
por los macrófagos) encuentra una célula T cuyos receptores de superficie
encajan con los epítopes antigénicos, se une a los receptores de la célula.
Ello activa o sensibiliza el linfocito T, haciendo que se divida mitóticamente
para formar un clon de células T
sensibilizadas. Estas viajan al sitio por donde los antígenos penetraron
inicialmente en el cuerpo, allí en el tejido inflamado se unen a los antígenos
de la misma clase que dio lugar a su formación; sin embargo, sólo se unirán a
su antígeno específico cuando éste es presentado por un macrófago. Entonces las
células T sensibilizadas, ligadas a un antígeno, enviarán mensajeros químicos a
los tejidos inflamados.
Los linfocitos T sensibilizados, que liberan
linfotoxinas (poderoso tóxico que actúa destruyendo rápidamente todas las
células que ataca), se llaman células T
citotóxicas. Otros dos tipos de células T, las T colaboradoras y las T supresoras,
regulan la función de los linfocitos B. Las células T colaboradoras ayudan a
las células B a distinguir entre células plasmáticas secretoras de anticuerpos;
las células T supresoras actúan suprimiendo la diferenciación de los linfocitos
B en células plasmáticas. Esta acción antagonista permite que el sistema inmune
adapte su respuesta mediada por anticuerpos, las células T colaboradoras y
supresoras regulan también otras células T, lo que perfecciona el sistema
inmunitario mediado por células.
Tipos de inmunidad específica: Tanto la inmunidad producida por los linfocitos
B como la debida a los linfocitos T, también pueden dividirse según la forma en
que se desarrollan en inmunidad heredada
o inmunidad adquirida.
La inmunidad heredada se presenta cuando se
establecen mecanismos inmunitarios, específicos o inespecíficos por
procedimientos genéticos, durante las primeras fases del desarrollo humano en
el útero.
La inmunidad adquirida es la resistencia que
aparece después del nacimiento. Puede dividirse también en inmunidad natural o inmunidad
artificial, según como haya expuesto el cuerpo al antígeno. La exposición natural
no es deliberada y se produce durante la vida diaria; la exposición artificial
o deliberada a antígenos potencialmente nocivos se denomina inmunización. La inmunidad natural y
artificial puede ser “activa” o “pasiva”. La inmunidad activa tiene lugar
cuando el sistema inmune de un individuo responde a un agente nocivo,
independientemente de si éste se encontró naturalmente o artificialmente. Hay
inmunidad pasiva cuando la inmunidad a una enfermedad que se ha desarrollado en
otro sujeto o animal se transmite a un individuo que no era previamente inmune.